
Veracruz vuelve a encender las alertas de seguridad y esta vez lo hace con una cifra que estremece: es la segunda entidad del país con mayor número de secuestros de niñas, niños y adolescentes desde 2015. Datos de la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim) revelan que, en este periodo, 132 menores han sido víctimas de este delito en tierras veracruzanas.
El primer lugar lo ocupa el Estado de México, con 218 casos documentados, seguido de Tamaulipas con 97, Tabasco con 83, Ciudad de México con 81 y Chiapas con 73. En total, 1,189 menores han sido secuestrados en el país durante los últimos nueve años, según las cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (Sesnsp). Pero más allá de los números, la realidad es cruda: hay cientos de familias destrozadas y un miedo latente en cada calle y comunidad.
Las cifras no solo alarman, sino que revelan un problema profundo. Del total de secuestros, 963 fueron extorsivos, es decir, los criminales exigieron dinero a cambio de la libertad de los menores. Además, hubo 106 casos en los que las víctimas fueron tomadas como rehenes, 46 secuestros exprés, 44 casos donde la privación de la libertad se utilizó para causar daño y 30 catalogados en la temida categoría de "otro tipo de secuestro".

Otro dato relevante es que la mayoría de las víctimas fueron niños y adolescentes varones, con 753 casos registrados, mientras que 436 fueron niñas y adolescentes. Si bien el foco suele centrarse en los casos de mujeres desaparecidas, estas cifras dejan claro que los niños también son presas fáciles para el crimen organizado y otros grupos delictivos.
Pero, más allá de los números, la gran pregunta es: ¿qué se está haciendo para detener esta crisis? Veracruz ha sido señalado en diversas ocasiones por la falta de acciones contundentes para frenar la violencia contra menores, y aunque las autoridades han implementado operativos y estrategias, los resultados parecen insuficientes. Cada nuevo caso es un recordatorio de que la seguridad infantil sigue siendo una deuda pendiente en la entidad.
Mientras tanto, las familias viven con el temor constante de que sus hijos sean los siguientes en engrosar estas escalofriantes estadísticas. En un estado donde la inseguridad ya es parte del paisaje cotidiano, la niñez se convierte en otra víctima de una guerra que no parece tener fin.
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