Las lágrimas son un fenómeno único en los humanos. Mientras que muchas especies producen lágrimas para proteger y lubricar los ojos, los humanos son los únicos que lloran emocionalmente, ya sea al enfrentar una pérdida, en momentos de felicidad o al ver una película conmovedora. Pero ¿por qué lo hacemos?
Tres tipos de lágrimas, una conexión emocional
Existen tres tipos principales de lágrimas: basales, que mantienen los ojos húmedos; reflejas, que eliminan irritantes como el polvo; y emocionales, que se generan en respuesta a sentimientos intensos como tristeza, alegría o frustración. Según la doctora Darlene Dartt, de la Facultad de Medicina de Harvard, las lágrimas están compuestas principalmente de agua, aceites, mucosidad, proteínas antibacterianas y electrolitos.
Lo interesante es que las lágrimas emocionales tienen una relación más compleja con el cerebro. Aunque los científicos aún no han identificado exactamente qué partes del cerebro las desencadenan, creen que están vinculadas a áreas que procesan emociones profundas, lo que las distingue de las lágrimas basales y reflejas.
Una función evolutiva y social
El llanto tiene raíces evolutivas. Muchos animales lloran vocalmente, como los mamíferos y las aves, para alertar a sus padres cuando tienen hambre, miedo o dolor. En los humanos, los recién nacidos lloran de manera similar, pero sin lágrimas emocionales. Estas aparecen entre el primer y segundo mes de vida, coincidiendo con la capacidad de transmitir angustia emocional de manera más compleja.
Ad Vingerhoets, experto en psicología clínica, sugiere que apretar la cara al llorar puede estimular las glándulas lagrimales, lo que explicaría por qué bostezar o reír también puede provocar lágrimas. Además, llorar en silencio, algo que desarrollamos al crecer, podría haber tenido una ventaja evolutiva: alertar a los cercanos de nuestra angustia sin atraer la atención de depredadores.
Llorar para sanar
Aunque el llanto sigue siendo un misterio en muchos sentidos, se ha observado que puede tener un efecto catártico. Llorar no solo comunica a los demás cómo nos sentimos, sino que también parece ayudarnos a procesar emociones intensas.
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