
El diccionario de Oxford sorprendió este año al elegir como palabra del año un término inquietante: podredumbre cerebral. Votada por más de 37,000 personas, la expresión describe el deterioro mental e intelectual causado por el consumo excesivo de contenido trivial, especialmente en redes sociales. Más allá de una simple moda lingüística, este concepto pone el foco en un problema que ha crecido exponencialmente: cómo la calidad del contenido que consumimos afecta directamente a nuestro cerebro.
Desde 2023 hasta 2024, el uso del término aumentó un asombroso 230%, un reflejo de las crecientes preocupaciones sobre el impacto del “doomscrolling” y el contenido vacío en internet. Expertos y científicos han alertado sobre los efectos negativos del uso desmedido de redes sociales, y no solo se trata de una percepción. Estudios recientes, incluyendo investigaciones de instituciones como la Universidad de Oxford y Harvard, han revelado que el abuso de contenido digital puede reducir la materia gris en regiones clave del cerebro, afectando la memoria, la atención y el control de impulsos.
El investigador Michoel Moshel explica que las plataformas aprovechan la necesidad humana de buscar novedades. Herramientas como el desplazamiento infinito nos atrapan en un ciclo de consumo, saturando nuestras capacidades cognitivas y afectando nuestra percepción del mundo. En palabras de Moshel: “El contenido alarmista o adictivo, diseñado para mantenernos enganchados, está moldeando nuestra manera de procesar la información”.

A nivel funcional, el problema no es menor. La exposición constante a estímulos breves y cambiantes deteriora nuestra atención sostenida, esencial para aprender y enfocarnos en tareas complejas, según el psicólogo Eduardo Fernández Jiménez. A esto se suma un dato alarmante: las alteraciones cerebrales provocadas por el abuso de pantallas son similares a las observadas en adicciones a sustancias como el alcohol o las metanfetaminas.
Los adolescentes parecen ser particularmente vulnerables. Estudios recientes señalan que los cambios en el cerebro relacionados con el uso excesivo de internet coinciden con interrupciones en procesos fundamentales como la formación de identidad y la cognición social. Para muchos jóvenes, el contenido basura se convierte en un refugio que, irónicamente, agrava problemas como la ansiedad y la depresión.
Pero no todo está perdido. Los expertos ofrecen soluciones concretas. Desconectarse, priorizar contenido educativo y equilibrar el tiempo en pantalla con actividades físicas o sociales son pasos clave para contrarrestar los efectos negativos. Como dice Moshel, “la calidad del contenido importa tanto como la cantidad”.
Esta palabra del año no solo refleja una tendencia, sino que plantea una pregunta crucial para nuestra generación: ¿estamos dejando que el contenido basura nos consuma o estamos listos para retomar el control?
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